Pandemias: La dimensión ambiental en el centro del debate.

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Por Nicolo Gligo, Director del Centro de Análisis de Políticas Públicas del Instituto de Asuntos Públicos.

Mucho se ha hablado del origen del Covid 19.  Hay claro consenso de que el Covid 19 es una mutación de la familia de los virus Corona. También nadie duda sobre su origen chino.

Pero, ¿qué condiciones se han dado en el mundo para convertirlo en pandemia? Con anterioridad a este virus, ¿cuántos otras mutaciones que no conocimos se podrían haber esparcido y haberse convertidos en pandemias? 

En un ensayo anterior (“Corona virus: la defensa de la Tierra”[1]), había afirmado que la Tierra ha estado reaccionando como un ser vivo y de esta forma está defendiéndose de las agresiones y del deterioro a que ha sido sometida. Son tales las modificaciones negativas a que ha sido sometida que estas han creado las condiciones para la expansión del virus.  Veamos entonces qué ha pasado con la Tierra.

La Tierra actúa como un ecosistema, que, a su vez, se desagrega en otros ecosistemas en sucesivas subdivisiones. La biocenosis, o sea los organismos que poseen vida, interactúan estrecha e indisolublemente con el medio en que se desarrolla. Cada modificación del ecosistema se traduce en forma horizontal y en forma vertical en alguna modificación de algún componente o atributo.

El ecosistema Tierra ha perdido su principal atributo: la armonía. La mayoría de los espacios terrestres y marítimos están alterados y sobre explotados. Se genera energía de combustibles fósiles, cuyo resultado es la contaminación de la atmósfera; se intensifican las lluvias ácidas; se altera la capa de ozono dejando penetrar los rayos ultravioletas; el calentamiento global tiene efectos múltiples, en especial, sobre la frecuencia y distribución de las lluvias, sobre la intensificación de evento catastróficos, sobre la proliferación de sequías y megasequías, sobre el derretimiento de los glaciares y en el aumento del nivel del mar. Y aunque existen muchas áreas protegidas que tratan de mantener los ecosistemas prístinos, ellas no escapan de estos efectos globales.

Pero, además de estos problemas globales, hay procesos específicos que se dan en distintas áreas y diversas actividades, y que afectan los ecosistemas de la Tierra modificándolos y alterando sus componentes y atributos.  En los procesos agrícolas, los agrositemas se manejan cada vez con más altos grados de artificialización y solo funcionan con el aporte de materiales, energía e información. A la expansión de la frontera agrícola, hay que sumar la pérdida constante de bosques y la alteración de las funciones de los ecosistemas boscosos y la consecuente eliminación de los hábitats de vida.  La minería deja con mucha frecuencia   pasivos no tratados, y notorias contaminaciones de suelos y en particular de ríos, espejos de agua y mares. La sobre pesca empobrece los ecosistemas marinos, sumándole a ello, la continua contaminación de los mares producto de los residuos urbanos, mineros e industriales.  Es obvio que el modelo de desarrollo prevaleciente incide en este deterior con niveles de cosecha y disturbios ecosistémicos cada vez más amplios.

[1] Gligo, Nicolo (2020). “Corona Virus: La defensa de la Tierra” (ensayo) INAP, Universidad de Chile. http://www.inap.uchile.cl/noticias/162493/coronavirus-la-defensa-de-la-tierra

El ser humano, más rápido que despacio, se va apoderando de nichos, hábitat y territorios de otras especies. El aumento constante de la población crea megaciudades de dimensiones impensadas.  Los diversos ecosistemas, por los disturbios a que son sometidos, pierden atributos fundamentales como el de resilencia, tolerancia, elasticidad y amplitud, disminuyendo o eliminándose sus capacidades homeostáticas.  Las cadenas tróficas se destruyen. Al no funcionar el equilibrio poblacional ecosistémico hace que algunas especies se expandan y otras disminuyan o desaparezcan.    

Muchos de los componentes vivos de los ecosistemas buscan nuevos nichos donde insertarse. Se intensifica entonces los nichos urbanos de animales. Desde hace siglos se han instalados en los pueblos y ciudades, ratones, palomas, gorriones, cucarachas, murciélagos, arañas, junto a animales domésticos sin dueños. Todos buscan residuos orgánicos y agua para sobrevivir. Cuanto más se expanden las ciudades, más nichos se crean para los animales. Pero junto a ellos se multiplican hongos, líquenes, bacterias, arqueas, y sobre todos los seres vivos, los virus.

 Los virus, que para la gran mayoría son sólo materia orgánica, y no son considerados seres vivos al no tener metabolismo propio, necesitan estar insertos en   seres vivos para reproducirse. En la vida silvestre y en funcionamiento del clímax ecosistémico, los equilibrios dinámicos funcionan y las poblaciones se autoregulan y no se expanden. Pero cada día hay menos vida silvestre y sus componentes bióticos de todos los niveles de los Reinos, pierden sus mecanismos tradicionales de regulación y se crean nuevos mecanismos de supervivencia, algunos de ellos dominantes y en expansión.

Las pérdidas de las tramas tróficas y los mecanismos de autocontrol de los ecosistemas; consecuentemente, la convivencia de animales mayores y menores en ciudades; el crecimiento explosivo de ellas con asentamientos de muy altas densidades de personas; las tugurización y pobreza; el inadecuado y deficiente tratamiento de residuos, han influido creando condiciones para que alguna determinada mutación de un virus se convierta en una epidemia.  De allí saltar a la condición de pandemia en un mundo de un capitalismo globalizado de intensos e inéditos intercambios entre regiones países y localidades, ha sido relativamente fácil.

El progreso de la ciencia y la aceleración de tecnologías de ingeniería molecular, incidirá en una vacuna para el Covid-19, y el mundo retomará su ritmo. Un desmesurado triunfalismo puede ser muy perjudicial pues, no cabe la menor duda, que el mundo no debería regresar al sistema predominante de antes de la pandemia.  La mantención del actual estilo de capitalismo globalizado que mantenga el ritmo de agresiones ambientales globales, que no frene el cambio climático y que no detenga la destrucción de la naturaleza, y que no modifique substancialmente la huella ecológica, y en particular, las huellas del agua y del carbono, sin duda incidirá en exacerbar las negativas condiciones de la Tierra. Y en ese contexto, una nueva pandemia derivada de la mutación de un virus podría ser aún más agresiva y tener alcances insospechados.

En consecuencia, esta pandemia debería servir como punto de inflexión que se traduzca en un cambio significativo del estilo de desarrollo mundial y nacional.  Prever esta situación y tomar medidas para impedir situaciones como la que estamos viviendo deberá ser una función del Estado y de sus políticas públicas.

 Es necesario asumir con fuerza que el mercado como ordenador del medio ambiente no funciona, y la exacerbación de la aplicación dogmática de sus principios se ha traducido en la situación en que nos encontramos. La mayoría de los bienes de la naturaleza no están o están muy imperfectamente en el mercado.

Por otra parte, hay que partir de la base que se hace necesario un esfuerzo máximo para bajar lo más posible la pobreza y para disminuir la brecha entre los distintos estratos sociales del país. Ninguna solución funciona sin cumplir este primer pre requisito.

El otro requisito fundamental es basarse en la utilización racional, tanto de nuestros recursos naturales como de los residuos domésticos y los generados en las actividades, industriales, mineras, de pesca y acuicultura, agrícolas, y de comercio y transporte. Tampoco hay futuro sin no cumplimos este otro pre requisito.

Pero para evitar otro colapso, necesitamos reorganizarnos territorialmente tanto en el uso del territorio en forma global, como en las especificaciones que demanda el desarrollo urbano. Definitivamente, las grandes ciudades no pueden seguir creciendo, pues como se ha demostrado concentran pobreza, hacinamiento y tugurización, amén de diferenciaciones territoriales definidas. No es casualidad que las megaciudades han concentrado el mayor número de muerte. Ponerle freno no es sencillo, pues dependerá de las inteligentes medidas para descentralizar principalmente las inversiones productivas. En particular Santiago y otros complejos metropolitanos, como el gran Valparaíso y el Gran Concepción necesitan con urgencia frenar su crecimiento y reordenas sus territorios internamente.

El sector rural deberá ordenarse en forma de espacios armónicos e integrados. No puede seguir existiendo solo la planificación predial; ella debe ser parte de formas de desarrollo integrado de ecosistemas, y en áreas áridas, semiáridas y subhúmedas, se debe considerar a la cuenca como el ordenador claramente vinculante.

Se hace también necesario rescatar determinadas políticas públicas que tuvieron auge hace unas décadas atrás, como la política de seguridad alimentaria. El país debería estar preparado para otra pandemia; los cambios y la modificación de la estructura productiva agrícola debería ser parte de un plan de contingencia a aplicar en un momento dado.

Si el mundo no cambia, si nuestro país sigue sobre-explotando sus recursos naturales y agrediendo su naturaleza, nuevos virus saltarán y se instalarán en los seres humanos con consecuencias imprevisibles. Nos queda poco tiempo para que las negativas y deterioradas condiciones que hemos señalado se hagan irreversibles.


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